Cada mañana arrancamos nuestro motor. Mientras algunos parecen movidos a control remoto, otros se convierten en terremotos. Los primeros porque están desmotivados, los segundos por lo contario. El término motivación deriva de «motivo» y éste, a su vez, del latín motivus o movimiento.
Lo que mueve a las personas son sus motivos. Todos nos movemos buscando las metas que aspiramos alcanzar. Cuando no tenemos objetivos que conseguir, no nos movemos. Sin motivos, no hay caminos.
Perseguir o huir
Nuestros ancestros solo corrían por dos motivos, para perseguir una presa o para huir de una fiera. Cientos de miles de años después, nos seguimos moviendo por los mismos motivos. Nos ponemos en marcha para buscar lo que deseamos o para evitar lo que no queremos. Así de simples son las raices de la motivación humana, y así de sencillos nuestros intereses. Todo lo que hacemos lo realizamos para perseguir el placer o para huir del dolor, para acercarnos al bienestar o para alejarnos del malestar, para procurarnos la felicidad o para liberarnos de la pesadumbre.
Buscar lo bueno y evitar la malo, subyace a cada decisión que tomamos. Pero un camino nos hace más bien que el otro. Perseguir algo es una estrategia activa; huir de algo, reactiva. Cuando sabes lo que deseas para tu vida y te decides a perseguirlo, tu motor puede estar siempre en marcha. Cuando solo te mueves para escapar, tu vida solo se activa al son que otras personas tocan o al que las circunstancias señalan.
La que disfruta estudiando, saca buena nota. Para ella, atender al profesor, repasar apuntes e investigar son placeres de los que desea disfrutar cada día. Su motor siempre está en marcha. La que sufre estudiando, únicamente arranca el motor el día antes del examen, y solo para evitar el sufrimiento que le provocaría suspender. Y si arrancas tarde, sacas mala nota.
Si solo te mueves para huir del dolor, permanecerás mucho tiempo parado. Incluso en momentos en que estés sufriendo. El dolor, el malestar o la pesadumbre son opuestos del placer, el bienestar y la felicidad, pero ninguno son estados absolutos sino graduales. Puedes no estar muy bien, pero tampoco estar mal. Y, así, como estás regular, acabas aceptando tu situación, aunque no sea la idónea. De igual manera, puedes estar mal, pero no fatal. Y acabar aceptando tu situación.
Millones son los que permanecen en puestos de trabajo que no les llenan, pero que creen que les compensan. No disfrutan, pero no sufren. Y ahí siguen. Millones son los que permanecen junto a parejas que no les llenan, pero que no les hacen sufrir. Y ahí siguen.
Muchos son los que sienten malestar, falta de energía o dolencias físicas leves durante mucho tiempo, y no se acercan al médico. Como el dolor no es intenso, lo toleran. Análogamente, millones son, también, los que sufren en sus trabajos y relaciones. Pero como su dolor es leve, como no es muy intenso; ahí siguen.
Nos hemos acostumbrado a soportar cierto dolor emocional. Para muchos, lo “normal” es no estar entusiasmado con su vida. Estar apático, un poco triste y desilusionado es lo habitual, es parte de la vida. Como su dolor no es intenso, lo toleran. Y no ponen su motor en marcha.
Cuando el dolor físico deviene en intenso, corremos al médico. Lo malo, es que cuando el dolor emocional se intensifica, muchos sienten que no pueden arrancar el motor.
La estrategia de huir de lo que no quieres para tu vida, suele activarse para tomar decisiones drásticas. “¡A Dios pongo por testigo que jamás volveré a pasar hambre!” declamaba Scarlet O’Hara en la película Lo que el viento se llevó. Así, cuando ir a trabajar se te hace una montaña cada día, cuando el ambiente en tu hogar es irrespirable, cuando llevas dos años ahogado por las deudas: el puñetazo en la mesa y la ruptura es el camino.
Pero resulta imposible sacar la mejor nota posible en el examen de la vida, si te la pasas escapando. Una vida feliz no puede ser una vida en que estás siempre huyendo. Una vida feliz es una vida proactiva, no reactiva. La dicha es la búsqueda, no la huida. Si solo para intentar evitar algo malo, estudias algo que no te gusta, trabajas en algo que no te entusiasma o estás con quien no te diviertes, no serás muy dichoso.
Perseguir una presa es la vía de la ilusión, podrá haber final feliz, o no; pero el sendero se transita con buen semblante y raramente el viaje acaba en tragedia. Por contra, huir de una fiera es el derrotero del miedo. Aquí, el mejor resultado posible es simplemente librarte de lo que huyes.
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