Era la una de la madrugada de un sábado por la noche y había tomado café. Me encontraba demasiado despejado como para ir a la cama. Jugar a ajedrez contra el ordenador me pareció una buena idea. Hasta las 5 de la madrugada no me dí cuenta de cómo picarme con la máquina me hizo perder la noción del tiempo (y el sueño de una noche). Mihalyi Csikszentmihalyi denominó flow (fluidez) al estado en que me sumergí por unas horas. Quedé tan absorto y conecté tan intensa y armoniosamente con el juego del ajedrez, que me desconecté del mundo por unas horas.
Csikszentmihalyi describe así el flow: “un estado en el que las personas están tan involucradas en una actividad que nada más parece importar; la experiencia es tan agradable que la gente continuará haciéndolo incluso aunque les suponga un gran esfuerzo, por el mero hecho de hacerlo”. Csikszentmihalyi cree que “ahí”, en ese plano mental, es donde explotamos todo nuestro potencial y sacamos lo mejor de nosotros mismos.
Curioso es que esfuerzo y felicidad se den la mano. Aunque algunos no son capaces de entender porque otros trabajan tanto. Pero para las personas responsables y, sobre todo, para aquellos que hacen las cosas por el mero hecho de disfrutar haciéndolas el flow les resulta un camino muy natural y placentero. No en vano, como dice Csikszentmihalyi: “Los mejores momentos de nuestra vida no son los momentos en que tuvimos una actitud pasiva, receptiva y relajada. Los mejores momentos usualmente ocurren cuando llevamos el cuerpo o la mente de una persona hacia sus límites en un esfuerzo voluntario para lograr algo difícil y valioso”.
Nos gusta fluir porque al hacerlo actuamos sin sentir que nos esforzamos. Esto sucede porque nuestro cerebro se llena de endorfinas y nuestros cuerpo que inunda de adrenalina, como si ambos pretendieran ayudarnos a ejecutar una coreografía a la perfección. En flow hasta la longitud de onda a la que funciona nuestro cerebro cambia, pasando de las ondas beta habituales en el estado de vigilia, a ondas alpha que funcionan a ritmos más bajos. En fluidez, estamos en tal armonía con lo hacemos, que nuestro cerebro optimiza nuestras energías y capacidades para que las soluciones lleguen rápido y por sí mismas.
Cuando entramos en flow, más que hacer nosotros la tarea, parece que la tarea se hace a través de nosotros. Al fluir, acción y conciencia se fusionan para que nosotros y lo que hacemos nos convirtamos en la misma cosa. Cuando una bailarina entra “ahí”, ella y el baile son la misma cosa. Cuando un artista “conecta” no es él el que crea, sino que es el arte el que se manifiesta a través de él. Cuando un científico entra en “la zona” no es él quien descubre, sino que la verdad se muestra a través de él. Cuando una campeona fluye, la ejecución perfecta del golpe definitivo, se realiza por sí mismo.
Csikszentmihalyi descubrió que el trabajo es el lugar donde con más frecuencia fluimos. Especialmente cuando somos libres para realizar a nuestra manera tareas complejas y desafiantes. Directivos de empresa, ingenieros, investigadores, abogados, programadores, son el tipo de profesionales que pasan más tiempo en flow. Y es que hay trabajos que reúnen las mismas condiciones que los juegos: (i) hay que alcanzar objetivos, (ii) existen normas que hay que seguir, (iii) se exige destreza, preparación, formación; (iv) el resultado, al menos en parte, depende de ti mismo y tu esfuerzo y (v) obtienes feedback inmediato sobre cómo “van las cosas”.
Pero no fluimos si nos aburrimos. Para entrar en flow necesitamos ocuparnos en tareas que nos agraden, pero también que nos exijan. Lo que es demasiado fácil, no nos engancha. Solo fluimos cuando sacamos lo mejor de nosotros mismos, y para ello debemos plantearnos metas ambiciosas. Sin exigencia no hay excelencia, ni disfrute.
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