La Madre Teresa entendió lo que muchas grandes almas han tratado de enseñarnos a través de los siglos:
“Necesitamos encontrar a Dios, y él no puede ser encontrado en el ruido y la inquietud. Dios es el amigo del silencio. Mira cómo la naturaleza, los árboles, las flores, la hierba, crecen en silencio, ven las estrellas, la luna y el sol, cómo se mueven en silencio. Necesitamos silencio para poder tocar las almas «. Madre Teresa de Calcuta.
Todas las tradiciones espirituales orientales hacen del silencio una parte fundamental de su práctica espiritual, pero también los religiosos místicos cristianos y musulmanes consideran sabio el hecho de permanecer en silencio. Los sabios de todas las tradiciones conocían lo que la ciencia y la medicina han corroborado: el ruido está asociado a todo tipo de problemas de salud física y mental.
Los problemas relacionados con el ruido incluyen úlceras, muertes cardiovasculares, accidentes cerebrovasculares, suicidios y degradación del sistema inmunológico. El ruido ambiental se asocia con efectos perjudiciales fisiológicos tanto a corto plazo, presión arterial alta, aumento de la frecuencia cardíaca y trastornos hormonales, como a más largo plazo, ansiedad y trastornos psicológicos. El ruido también se asocia con un aumento de la agresividad y una merma de la convivencia, así como con el deterioro cognitivo y dificultades para el aprendizaje.
Sin embargo, el silencio mejora nuestra salud física y mental. El silencio tiene un gran impacto en el aprendizaje y el comportamiento de los alumnos, parece que les «calma, enfoca y anima». El silencio se define la ausencia de ruido”, no como la “ausencia de sonido”.
Cuando se conecta con la naturaleza en silencio, comienza el proceso de curación y reequilibrio de todos los sistemas corporales, desde los hormonales hasta los neurológicos y cardiovasculares, así como el sistema inmunológico. Esto a su vez nos beneficia emocional y mentalmente, regalándonos una sensación general de bienestar.
Nos hemos habituado tanto al ruido que no nos damos cuenta de que estamos imbuidos de él, las ciudades, las oficinas y las casas son palacios del ruido: los coches, los ordenadores, los televisores y los teléfonos impiden que nos bañemos en silencio. Cuando buscas el silencio te das cuenta de lo difícil que es encontrarlo y de lo valioso que es hacerlo.
¿Te animas a construir para tu vida pequeños santuarios de silencio? Te invito a que te comprometas a regalarte al menos 30 minutos al día de baños de silencio (una hora si vives solo); cierra las ventanas, apaga la tele, la radio y el móvil, elige qué vas a hacer durante el baño de silencio: leer, cocinar, meditar, ordenar la casa, pasear por el campo… y sumérgete en él.
De regalo otra perla sobre el silencio de Nichola Sparks. “Nos sentamos en silencio y miramos el mundo que nos rodea. Nos ha llevado toda una vida aprender eso. Parece que solo los viejos son capaces de sentarse uno al lado del otro, no decir nada y, aún así, estar contentos. Los jóvenes, temerarios e impacientes, siempre tienen que romper el silencio. Es una perdida, porque el silencio es puro. El silencio es sagrado. Une a la gente porque solo aquellos que están cómodos el uno con el otro pueden sentarse sin hablar. Esa es la gran paradoja”.