Donde hay tacto hay alegría y donde no lo hay, depresión. La pandemia ha instaurado la cultura contactless y decretado la ruptura con los besos y abrazos.
No puede ser bueno, lo que va contra nuestra naturaleza, y el tacto es el primer sentido humano; podemos vivir sin ver y sin oír, pero sin tacto seríamos incapaces de detectar la presión, la temperatura o el dolor, por lo que constantemente pondríamos en peligro nuestra vida.
La distancia social ha salvado muchas vidas, pero las ha hecho más miserables. Las relaciones nos sirvieron para sobrevivir y son el pilar fundamental de la felicidad; el contacto humano es la señal fisiológica mediante la cual la sabia naturaleza nos indica cuál es el camino más directo a la dicha: colaborar y amar.
Las personas hemos desarrollado un sistema neurológico diseñado para responder a las caricias, el contacto cariñoso activa una fibra nerviosa en nuestra piel que desata en el cerebro un cocktail mágico de dopamina, serotonina y oxitocina que desactiva la ansiedad y activa el placer.
Piel de madre con piel de bebé se demostró hace décadas que era la mejor manera de que los bebés prematuros ganaran peso y salud, y lo que es bueno para los bebés no puede ser malo para los mayores. La piel contra la piel rebaja nuestros niveles de cortisol, responsable no solo de un estado de ánimo alterado sino también del daño a nuestro sistema inmunológico. El contacto físico aumenta la producción de nuestro ejército de células exterminadoras de virus y bacterias, algo demostrado en pacientes con VIH y cáncer; además, los que se abrazan y tocan mucho, se constipan menos y caen con menor frecuencia enfermos.
Por contra, los hambrientos de piel lo pasan mal. Una investigación realizada entre 509 adultos de todo el mundo concluyó que aquellos que tenían menos contacto del que querían eran más propensos a la soledad, la depresión, la ansiedad, el estrés y los trastornos del estado de ánimo y del sistema inmunológico.
Una encuesta ha concluido que más del 60% de los norteamericanos se sienten hambrientos de piel a consecuencia de la pandemia; algo que ya habíamos observado los que vemos sufrir a los abuelos que no pueden besar y abrazar a sus nietos. Y es que en los países latinos nos tocamos y nos besamos más, y consecuentemente hemos sufrido más; una observación realizada en los años 60 en París, Puerto Rico y Londres sobre cómo se comportaban las parejas en un café, observó que mientras los primeros se tocaron 110 y 180 veces respectivamente, los terceros no tuvieron ningún contacto físico.
Durante 12 meses los afortunados que tenían pequeñas burbujas de piel han podido seguir con la terapia natural del contacto; ahora los solitarios hambrientos de piel ya ven próximo el final de la hambruna; cada vacuna más es una vacuna más contra la depresión, la ansiedad y la tristeza, cada inyección más es una inyección de tacto, caricias y abrazos. Pinchazos que explotan viejas burbujas de soledad y crean nuevas burbujas de piel.
Hagamos de este verano, el verano de la piel. Pues donde hay tacto hay alegría.