Hace justo 2 meses (para cuando escribo esto) me encontré en la cena de gala de una feria que reunía, por una parte, a escuelas de idiomas y, por otra, a agentes que venden los cursos que ofrecen esas escuelas. El lugar donde se celebraba el evento, el salón principal del JW Marriott Grosvenor House London, era imponente, y podía alojar a las 800 personas allí presentes en una sola estancia de techos altísimos y que no tenía un solo pilar. Esperaba una velada anodina, por lo que fui allí sin muchas ganas. Pero en la recepción me topé con un par de divertidos malteses (habitantes de Malta) con los que acabé sentado en la mesa. La comida estaba riquísima, y había vino en abundancia, lo que a ellos les hacía más simpáticos y a mí me hacía hablar inglés de forma más fluida.
Para acompañar la entrega de premios, apareció una banda con 10 músicos y 5 vocalistas. A cada anuncio del ganador le seguía, hasta que éste llegaba al escenario, un trozo de Disco Inferno de The Trammps o de Saturday Night Fever de Los Bee Gees. Al terminar la ceremonía formal y comenzó el baile. Se confirmaron mis presagios, los dos primeros temas fueron otros dos grandes clásicos de la música funky de los años 70 y 80. ¡Mi música favorita, en directo y con unas voces deliciosas! Mi cuerpo se transportó con entusiasmo al centro de la pista, y me puse a bailar como un loco. Uno tras otro sonaban los temas que animaron mis noches de juventud, y mis caderas, piernas y brazos como si fuera Tony Manero en Studio 54. ¡Pura alegría y conexión! Lamentablemente, esta euforia duró solo unos 70 minutos. De repente, la banda pasó a tocar temas de pop-rock. La pista se llenó de asistentes diferentes, que cantaban esas canciones como si fueran himnos. Tú te preguntas: “¿por qué coño esta maravillosa banda de funk toca también esta mierda?”
No son los característicos ritmos del funk o del pop-rock, como no lo son las particulares melodías del indie o del reggaeton, las que hacen que nos movamos o que nos encontremos incómodos. Es algo preexistente dentro de nosotros, lo que hace que los diferentes ritmos nos hagan sentir de una u otra manera. Como no son las distintas peculiaridades de las matemáticas, la literatura, la física o la filosofía lo que hace que éstas te inspiren o te aburran. Es tu propia naturaleza la que se revela y te susurra al oído: “esta música que suena eres tú”, “esto que cuenta tu profesora es lo tuyo”. A Neil Armstrong, David Meca y Edurne pasaban los cielos, los mares y las montañas, le sonaron a música celestial. Y la siguieron cuál ratón a flautista, aunque pudiera haberlos llevado a la muerte. Un campeón de leyenda o una científica brillante, se hacen. La pasión que les lleva a esforzarse tan duro para alcanzar la excelencia, nace.
Afortunadamente, casi nada de lo que puede tocarnos el corazón pondrá en riesgo nuestra vida. Tu pasión puede ser tu profesión: la ingeniería, las ventas, el derecho o la docencia. Tu pasión puede ser tu afición: el baile, la aventura, la fotografía o la escritura. Si eres afortunado y tu gran pasión es tu profesión, le llamarás vocación; y mientras otros despotricarán de su trabajo, tú callarás y disfrutarás.
Que disfrutes de un estilo musical, que te enganche una asignatura o que te apasione tu profesión, está más dentro de ti, el sujeto, que en el objeto. Igual sucede con los motivos por lo que nos gustan más unas personas que otras. Nos caen bien las personas que piensan, visten, hablan y se mueven como nosotros, pues encontramos la simpatía y la virtud en la similitud 88. Somos más amigos y estamos más dispuestos a ayudar a aquellos que tienen una formación similar a la nuestra, comparten nuestros hobbies y aficiones, tienen una filosofía de vida y una forma de entender el mundo parecida, y un sentido del humor de nuestro estilo 89. Es muy probable que la mayoría de nuestros amigos sean de nuestro mismo sexo, etnía, edad y parecida personalidad 90. De nuevo, ¡dime con quién vas y te diré quién eres! Los buenos amigos se hacen, pero casi siempre de entre aquellos que nacieron para serlo.
Siguen diciendo que los polos opuestos se atraen, pero yo sigo observando que lo contrario es más cierto. Los pijos se casan entre ellos, los alternativos se emparejan entre sí, y las chonis se lían con los canis. Con las parejas sucede lo mismo que con casi todo lo que te gusta o te disgusta. Que alguien te agrade, tiene más que ver con quién tu eres, que con cómo es ella. Hay muchas chicas que ríen, pero mientras unos tipos de risa te cautivan, otros te repelen. Hay muchas formas de vestir, pero mientras unas te parece que tienen “mucho rollo”, otras te parecen un rollo. Hay muchas formas de gesticular, pero mientras una te embelesan, otras te molestan. Si tienes que hacer esfuerzos para que te guste mirar, conversar, reírte, viajar o pasear con alguien; probablemente es que no nacisteis el uno para el otro. Cuando reconozcas que estar con ella es un esfuerzo, quizás sea tiempo de decirle: “no eres tú, soy yo”.
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