“La noche me confunde” dijo Dinio en 1998. Desde entonces esa frase (dicha con acento caribeño) forma parte de nuestro acervo cultural popular y la usamos irónicamente tanto para excusarnos tras una mala conducta como para justificar a nuestro particular Mr. Hyde.
El libro “El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde” constituyó una vívida representación del trastorno mental que hace que una misma persona tenga dos o más identidades o personalidades con características opuestas entre sí.
Todos, o casi todos, tenemos varias caras. Todos desempeñamos diferentes roles a lo largo de nuestras vidas: el padre, el hijo, el esposo, el amante, el amigo, el abogado,el vecino, el jefe… Nos mostramos a los demás en función de la relación que nos une al otro y del contexto; y ofrecemos la cara más conveniente.
Pero por la noche, nos quitamos las máscaras. El alcohol, las drogas, la oscuridad, la música y la compañía agitan el cocktail que complementa las ganas de pasarlo bien. Y ahí, mostramos la cara nocturna, oculta, escondida. En muchos, es una cara oscura y tenebrosa. Las sustancias que abusan les acercan al infierno. En otros, en la mayoría, reaparece el niño juguetón, se descubre al amigo generoso, se exhibe el cómico sarcástico, se muestra el valiente desinhibido, se presenta don sincero y comparece el osito amoroso.
De noche aprendemos cosas que no aprendemos de día. Porque de noche, somos otros. Tanto nosotros como los demás. Hasta nos vestimos para la noche. La noche tiene sus propios códigos y registros. Tiene sus lugares (¡bares, qué lugares!), sus sonidos, sus olores y sus personajes prototípicos. Hay cosas que solo pasan de noche.
¡Cuántas parejas existen gracias a la noche! ¡Cuántas parejas se rompieron por causa de una mala noche! ¡Y cuántas amistades se solidificaron gracias a un par de buenas noches!
Hay muchas noches en la noche. La noche del primer vino, la de la cena, la de la primera copa, la del primer baile, la de la discoteca, la de los que no quieren que se acabe la noche (segunda discoteca), la de los que no dan por terminada la noche hasta ver juntos juntos la luz del día (muy de chicos), la de cuando se cuentan lo que pasó anoche (muy de chicas). Algunas cosas se van apreciando conforme avanzan las horas, y acabas valorando lo que comenzaste despreciando.
La noche es una escuela de vida. De joven, aprendí mucho vendiendo en los mercados. Como también aprendí en bares, pubs y discotecas (y en la puerta de las mismas). Mercados y discotecas, grandes escuelas sobre cómo somos las personas y sobre qué formas de socializar llevan al éxito y al fracaso.
La naturaleza es sabia, la mayoría sale mucho de joven y poco de mayor. Unos necesitan aprender, otros no tanto. Cuando se sale poco de joven y mucho de mayor, algo suele ir mal. Si de mayor se deja de salir del todo, algo se muere en el alma.
La noche hace a hombres y mujeres muy iguales. Pero, también, muy diferentes. Eso sí, siempre iguala a adolescentes y a adultos, porque a éstos les vuelve a hacer niños.
Desde 1998, en algo hemos mejorado. Ahora tenemos a C. Tangana animando a desatar a nuestro Mr.Hyde interior. “Yo no quiero hacer lo correcto. Pa’ esa mierda ya no tengo tiempo. No vas a escuchar un lamento. Pa’ esa puta mierda ya no tengo tiempo. Antes de morir quiero el cielo. El ciento por ciento”.
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