Compararse para admirar y mejorar es progresar, compararse para codiciar y envidiar es atormentarse. Modelar y envidiar son las dos caras opuestas de compararse; observar a alguien mejor y querer aprender de él te hace bien, observar a quien le va mejor y desear que le vaya peor te hace mal.
El que se mide a sí mismo comparándose con otros juega con fuego y si mides tu éxito en función del éxito de los demás te quemarás; así, mirar las virtudes o posesiones del otro para juzgarte a ti mismo es abonar el terreno de tu propia desdicha. La mediciones cerebrales demuestran que observar con envidia a otro que está en mejor posición que tú desencadena en el cerebro procesos similares a los que se producirían si alguien nos hiriese con un cuchillo.
Por eso no sorprende que la envidia pueda liberar una fuerza explosiva tan grande. Resulta curioso que la gente, como lo han demostrado varios estudios de psicología social, esté dispuesta a renunciar gustosamente a una parte de sueldo si los otros reciben aún menos, o que soporten mejor el terror psicológico, daños materiales o incluso violencia física si saben que otros lo soportan en mayor grado.
La envidia es una emoción perturbada que se enfoca en el otro y nos hace incapaces de tolerar sus virtudes, sus posesiones o su éxito. La envidia nace, además, de la torpeza, porque surge cuando nos centrarnos en los logros de otros en áreas de la vida cuya importancia exageramos y que se ha demostrado no suelen ser los grandes motores de la felicidad: el estatus, la belleza, el talento… Así, envidia y codicia caminan juntas y por ello el budismo representa a la envidia con un caballo, ya que éste corre y corre compitiendo contra otros por envidia pues no puede tolerar que otro caballo corra más rápido que él, aunque éste vaya en dirección a ninguna parte.
La envidia y la falta de amor por uno mismo suelen ir tan cogidas de la mano como lo hacen la envidia y la falta de agradecimiento por lo que tienes.
La aversión, la antipatía, la animadversión o la tirria provienen, con frecuencia, de la no aceptación de la diferencia y de la falta de destreza mental para aceptar que este mundo es un mundo de contrastes. Si luchas contra la naturaleza de este mundo, y las diferencias son parte intrínseca de él, estás librando una batalla que seguro más a perder; ¡siempre va a haber alguien más alto, más guapo, más inteligente, más rico, más querido o más suertudo que tú (ya sabes que la suerte de la fea la guapa la desea)!
La aceptación serena de que siempre vas a tener un vecino que esté mejor que tú en algo es la marca de la persona feliz; el coraje y el talento para mejorar tus circunstancias la marca del inteligente activista de la felicidad.
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